“Yo soy Jehová… que formo la luz y creo las tinieblas, que hago la paz y creo la adversidad. Yo Jehová soy el que hago todo esto” (Is. 45: 5, 7).

 

¿Por qué permite Dios que haya tanto sufrimiento en el mundo? Es la eterna pregunta, desde tiempos de Job. ¿Por qué permitió lo de Haití? No lo sabemos.

Pero igualmente podríamos preguntar: ¿Por qué permitió Dios que todos los médicos y enfermeras huyeran del país cuando ocurrió el desastre, dejando el hospital desatendido con miles de heridos en la calle?

O ¿por qué permitió que gente se aprovechase del desastre para saquear tiendas y negocios? O ¿por qué permitió que el gobierno fuese tan ineficaz que no podía controlar el caos? O ¿Por qué permitió que hubiese tanta corrupción en el país que no era seguro que la ayuda internacional fuese a ser bien canalizada? O ¿Por qué permitió que la gente se pelease los unos con los otros en las colas para la distribución de alimentos? Hay muchas incógnitas en cuanto a Dios y sus caminos, pero las hay más en cuanto al hombre. ¿Por qué eres como tú eres?

 

Cuando Juan el Bautista estaba en la cárcel esperando su ejecución, también tenía preguntas. ¿Por qué no me rescata Jesús, si él es el Mesías y puede hacer milagros?  ¿Será el Mesías de verdad? Es como el que pregunta, “¿Por qué permite Dios…? ¿Existiría de verdad?” La respuesta que el Señor Jesús le dio a Juan el Bautista fue aleccionadora.

Dijo que mirase la evidencia para ver si él era el Mesías o no. Sanaba enfermos, resucitaba a muertos, daba la vista a ciegos… Y luego añadió: “Afortunado el hombre que no se escandalice por lo que yo hago”. O sea, el que no se ofende por lo que Dios permite, o que no pierde su fe a causa de lo que pasa. Sus palabras exactas eran: “Los ciegos ve, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados, y a los pobres es anunciado el evangelio: y bienaventurado es el que no halle tropiezo en mí” (Mateo 11:5, 6). En el último análisis es cuestión de fe en Dios.

 

Podemos confiar en el amor que permitió el Calvario. Allí vemos hasta que punto Dios está comprometido con nosotros, hasta que punto está dispuesto a sufrir para salvarnos y lo que nuestra salvación le costó. Es un amor tan grande que merece, ¡y tiene!, toda nuestra confianza.